Reflexión del Padre Vito Gómez O.P.
Recordamos que la fiesta de Santo Domingo, fundador de la Orden de Predicadores, grupo en la Iglesia que fue aprobado por el Papa Honorio III el 22 de diciembre de 2016, está situada en el calendario cristiano para el 8 de agosto. Faltan, por tanto, unos días para que llegue su celebración anual.
Santo Domingo tiene como lugar de nacimiento Castilla, distinguido entre los reinos cristianos que constituían la cristiandad del siglo XIII. A la cabeza de ellos estaba el reino de Francia, el de Inglaterra y, sobre todo, el imperio romano del occidente.
Cuando nació santo Domingo destacaban en la península Ibérica, además del de Castilla, los reinos de León, Portugal, Aragón, Navarra, todos ellos hermanados por el cristianismo y animados a procurar una renovación de la Iglesia de Jesucristo. Una característica que brillaba sobre las demás era la de volver a los orígenes apostólicos.
Este anhelo llevaba a un encuentro directo con la Sagrada Escritura y, dentro de ella, con el «Evangelio del Espíritu», es decir, con el libro de los Hechos de lo Apóstoles en que, con tanta nitidez, se destacaba la vida de las comunidades fundadas por los apóstoles según el modelo aprendido del divino Maestro: —«Acudían asiduamente a la enseñanza de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones» (Hch 2, 42).
Este movimiento en crecida venía desde mediados del siglo XI y, en el tiempo en que viven santo Domingo y Francisco de Asís estaba extendido entre los tres estados de la vida cristiana: jerarquía, religiosos y laicado. Las manifestaciones fueron diversas, pero en ellas no podía faltar el distintivo del acercamiento a la Biblia, a la pobreza voluntaria y la comunidad de vida.
El nacimiento de santo Domingo en Caleruega (Burgos), hacia el 1174, lo insertó en un género de cristiandad renovada y lanzada a reforzar las estructuras de la Iglesia que estaban, para no pocos, faltas de hombros robustos, enamorados de Jesús y de su Evangelio y animosos para emprender hasta reconstrucciones. En aquel tiempo, como en tantas otras circunstancias, «la mies era mucha y los obreros pocos» (Mt 9, 37).