Reflexión del Padre Vito Gómez O.P. - Domingo XVIII del tiempo ordinario
Reflexión del Padre Vito Gómez O.P. - Domingo XVIII del tiempo ordinario
La palabra corazón conduce en la Biblia a destacar la interioridad del ser humano y, en primer lugar, los arcanos de la intimidad misma de Dios. En él radican los sentimientos divinos, desde la comparación con el variado sentir que se experimenta en lo profundo del hombre.
Desde la consideración de la persona de Jesús, destaca él mismo que su corazón es humilde y transmisor de un descanso único, está abierto al perdón, es sensible y compasivo, infunde seguridad, es un tesoro del que fluye todo bien, está disponible para secundar los planes de Dios.
Nuestro corazón, en concreto, está llamado por la revelación a la sensatez, la limpieza que conduce a ver a Dios; debe ser recto y bien intencionado, sin albergar dentro de él la maldad, sin embotarse, cercano siempre a Dios, lejano de todo tipo de maquinación que conduzca a obrar el mal; está hecho para amar y no se ha de amoldar a la dureza.
En verdad, el mensaje bíblico de este domingo se dirige a cultivar la plenitud del corazón, algo tan alejado de la superficialidad, vaciedad y desasosiego continuo.
La misericordia de Dios proporciona alegría y júbilo. Además, hace prósperas las obras de nuestras manos en la búsqueda incesante de los bienes de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios.
El tesoro para conservar con esmero es el que perdura en el bien que estamos llamados a hacer a los demás, que es un camino seguro para que se aumenten nuestros haberes, este género de posesiones no precisan de construcciones de graneros más amplios.
Un ejemplo acabado de discípulo de Cristo lo hallamos en santo Domingo para cuya fiesta nos venimos preparando.
Canónigo regular de Osma se atestigua que consiguió en la consecución de una gran pureza de corazón. Se consideraba el último por la humildad del corazón, pero el primero en la santidad.
«Como olivo floreciente de frutos y como ciprés que se alza hasta las nubes, consumía los días y las noches en la iglesia, se entregaba sin interrupción a la plegaria y, como si quisiera recuperar el tiempo dedicado a la contemplación, apenas comparecía fuera de la cerca del monasterio. Tarea principal de un canónigo regular era la celebración del culto divino, en meditación asidua de la Palabra de Dios. Llegaban a aprender de memoria muchos de sus fragmentos.
No es extraño, pues, que salmodiaran de memoria, sin valerse de libros corales para ello. Los cantorales les servían para recordar o ensayar antes el oficio. El antifonario o el gradual no se colocaron sobre el pupitre del coro hasta la segunda parte del siglo XIII.
Parecía a fray Luis de Granada que, con mucha razón, competía a santo Domingo esta alabanza, aunque pudiera extrañar que confluyeran en una sola persona «propiedades de dos cosas tan distantes, como son el ciprés alto y estéril, y la oliva baja y fecunda.
Mas sin duda lo uno y lo otro conviene a este bienaventurado Padre, pues como oliva fructuosa daba olio de misericordia para socorro de los prójimos, ocupándose en la vida activa, y como ciprés, que todo se va a lo alto, subía con movimientos de amor a los ejercicios de vida contemplativa.
Y así abrazaba en uno ambas hermosuras de oliva y de ciprés, tomando de la una la fecundidad, dejada la bajeza, y del otro la alteza, dejada la esterilidad». (Memorial de la vida cristiana, II,)
Dios le había otorgado la gracia singular de llorar por los pecadores, por los desdichados y por los afligidos. Gestaba sus calamidades en lo íntimo del sagrario de su compasión, y el amor que le quemaba por dentro salía bullendo al exterior en forma de lágrimas. Las lágrimas y sollozos lo acompañaron con mucha frecuencia en su oración, pero sobre todo cuando celebraba el misterio del cuerpo y de la sangre del Señor.
FELIZ DOMINGO EN LA NOVENA DE SANTO DOMINGO