SANTO DOMINGO DE GUZMÁN – CON OÍDO ATENTO AL CLAMOR DE LA EUROPA

Reflexión del Padre Vito Gómez O.P.

Medievalistas destacados en historia de la Iglesia, como el jesuita Friedrich Kempf, insistían en sus clases en la «fase de diástasis» que se dio cuando la Europa cristiana llegó a una madurez. La expresión griega «diástasis» se emplea para indicar una separación de elementos que estuvieron bastante unidos en la Europa naciente y juvenil, como entre feudalismo y organización comunal, campos y ciudades, fe y ciencia, filosofía y teología, derecho consuetudinario y derecho romano, religiosos bajo una sola regla y nuevos religiosos bajo diversificaciones diferentes.

Santo Domingo fue hijo de la Europa que caminaba hacia su etapa adulta, dentro de una cristiandad imperial, de reinos y señoríos.
Su incorporación al clero regular de la catedral de Santa María del Burgo de Osma lo introdujo de lleno en la vida contemplativa, a partir de la liturgia coral, el estudio de la Biblia y de la literatura cristiana a partir de los santos padres de la Iglesia, oración particular, vida plenamente común, pobreza voluntaria y obediencia sincera a quienes le hacían presente a Dios en el cabildo.
Su meta fue la de alcanzar la perfección de la vida cristiana según el modelo primigenio que es Cristo, en comunión constante con el Padre y el Espíritu Santo, sin que en los momentos más apurados de su vida pública perdiera este vínculo divino constante.

La dimensión contemplativa de Domingo en el período de Osma se halla bien marcada en las fuentes del todo fiables, como son las que parten de la narración del beato Jordán de Sajonia.
La figura bíblica de Raquel personificaba la vida contemplativa y tenía sus delicias puestas en Domingo, mientras que la otra esposa de Jacob, Lía o Lea, representaba la activa.
Esta última anhelaba que santo Domingo «desterrara el oprobio de sus ojos enfermos, dándole una numerosa descendencia», se entiende a través de un apostolado visible en medio de las gentes.

La providencia le mostró a lo largo de dos viajes de sur a norte de Europa una mies abundantísima, en campos poco a nada cultivados por la fe. ¡Quedaba mucho camino por recorrer en cuanto a la evangelización del continente se refería!

Se recuerde que formó parte principal del séquito del obispo Diego de Osma, encargado por el rey Alfonso VIII de Castilla de negociar el matrimonio de su hijo Fernando con una noble danesa.
En una primera expedición la legación castellana cumplió adecuadamente con su cometido, pero el segundo recorrido para traer hacia tierras castellanas a la noble de Dinamarca terminó en fracaso.

Diego de Acebes y el subprior de su comunidad catedralicia escucharon el clamor de la Europa nórdica y así lo comunicaron en Roma al Papa Inocencio III. Además, le presentaron su renuncia para marchar como misioneros, formando parte de un proyecto que se promovía desde el sur de la actual Suecia, para el territorio de Livonia.

Pero Inocencio III no accedió a renuncias y sí a exponer sus hondas preocupaciones sobre la situación en que tenían los cátaros el territorio del Languedoc, en el sur de la actual Francia y también en el norte de España.

Ya en el primer viaje hacia Dinamarca se encontró Domingo con un cátaro en la persona que les dio hospedaje en su albergue. Impulsado por su formación teológica e intenso amor a Cristo no pudo entregarse al descanso nocturno. Empleó las primeras horas en la ciudad del Garona en disipar las tinieblas que envolvían el alma de aquella persona. Seguro que puso, junto con el calor y la firmeza, mucho amor en la disputa. El resultado fue que, llegada la mañana, el hospedero no pudo resistir por más tiempo la sabiduría y espíritu con que le hablaba. Anota Jordán que lo redujo a la fe, con la ayuda del Espíritu divino.

De vuelta de Roma en marzo de 1206 y ya en el sur de Francia, en Montpellier, el obispo de Osma pudo ofrecer sus reflexiones a una asamblea de nobles y misioneros. Los animó a que cambiaran radicalmente de estrategia y, además, se ofreció puntualmente para la tarea.

A partir de ahí, Diego animó a realizar una predicación de estilo verdaderamente evangélico y apostólico, en la que se implicó desde el comienzo Domingo.
El obispo envió hacia Osma al séquito que lo acompañaba, «con las cabalgaduras, equipaje y diverso aparato que llevaba consigo, reteniendo en su compañía a unos pocos clérigos.
Manifestó que había formado el propósito de detenerse en aquella tierra con el fin de propagar la fe. Retuvo también consigo al predicho Domingo, subprior, a quien estimaba grandemente y con quien le unía un intenso amor de caridad». Así lo afirma Jordán.

Los predicadores papales decidieron realizar algo similar, y se quedaron únicamente con los libros litúrgicos y los que les servían para el estudio y las controversias. Aceptaron, además, al obispo Diego como superior.
Predicaban la fe caminando a pie, sin dinero, en pobreza voluntaria.
FELIZ DÍA

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