Reflexión del Padre Vito Gómez O.P. - Domingo XIX del tiempo ordinario
El 10 de agosto se presenta todos los años con una invitación especial. Desde luego, para muchos está unido este día al fenómeno de la «lluvia de estrellas» o «lágrimas de san Lorenzo», y se procura buscar lugares adecuados a fin de disfrutar de una maravilla más de la creación. Para otros, en el hemisferio norte, se piensa que es un tiempo de vacación y descanso, acompañado de mucho calor. —Para los cristianos es una oportunidad más para convencernos de que necesitamos afrontar la existencia con el mejor ánimo posible, porque toda otra disposición interior resulta, cuando menos, dañina.
La Palabra de Dios, siempre nueva, no deja de repetirnos que tenemos una liberación como meta que se va aclarando y que no es engañosa.
Las promesas son para todos los que emprenden el camino de la fe.
Bien sabemos que la dimensión de creyentes encierra no poca disponibilidad para fiarse de alguien, superior a nosotros, que conduce con seguridad y sabiduría el trasatlántico que ocupamos por los mares de la travesía vital.
Conoce perfectamente la hondura de los océanos, las islas emergentes, los peligros de corrientes, los acantilados, los puertos engañosos. Conduce hacia fuentes y hontanares que manan en los valles (Dt 8, 7).
Jesús, nuestro salvador, tiene poder y lo ejercita para amainar las tempestades, serenar los vientos y disolver las borrascas.
Nuestro trabajo es el de la fe en su persona, un poco al estilo de aquellas grandes figuras del Antiguo Testamento que recuerda la segunda lectura de hoy (Heb 11, 1-2. 8-19), destacando la de Abraham.
La fe es el fundamento de lo que se espera y esperamos conseguir cuanto que profesamos en el Credo.
Dios ha tenido a bien darnos su reino, ya aquí en la tierra y nos lo da para que trabajemos en él. Hay trabajo para todos, así como unas orientaciones para realizarlo.
Hoy se recuerda el trabajo inteligente, ingenioso, despierto, en conformidad con el que se dirige hacia las ganancias que, de forma paradójica o de aparente contrasentido, las ganancias para el reino se atesoran con el desprendimiento, ayudas a quienes lo necesitan, donaciones, más allá de los millones infructuosos para el bien que nadie puede robar.
Vigilantes y sensatos siempre en el trabajo, atesorando los valores para los cuales no se han fundado los bancos de nuestras economías espirituales.
Los valores del reino nos conducirán a la plena felicidad por la que suspiramos: ¡Nada menos que recompensados por Dios!
¡Al lado de la recompensa divina, cuanto advertimos de maravilloso en el mundo creado, no es más que una huella de la realidad!
Cada uno de nosotros, en los diferentes géneros de familia que formamos, debemos aprovechar minuto tras minuto. «Carpe diem», repetían los clásicos, atrapa, no dejes escapar los días. «A ti te toca aprovecharte», aconsejaban a Job sus amigos (Jb 5, 27).
¡FELIZ DOMINGO PARA TODOS!