La fundación de las monjas dominicas contemplativas nació de la pura necesidad de unas mujeres que volvían de la herejía al seno de la Iglesia, y lo hacían en un grado de fervor y radicalidad que buscaban, dejándolo todo, el seguimiento de Cristo y servirle en cuerpo y alma. Las hermanas consagradas dentro del espíritu de Santo Domingo de Guzmán, somos las contemplativas de la Orden, hemos escogido la mejor parte, como María y, con el rostro iluminado por la oración prolongada y el corazón ensanchado por la clausura, somos como el corazón y soporte de la Orden de Predicadores, seguimos a Cristo en pobreza, castidad y obediencia. Enraizadas en la primitiva comunidad de los apóstoles, como ellos, «nos congregamos para vivir unánimes teniendo una sola alma y un solo corazón en Dios». 

Nuestra misión consiste en BUSCAR A DIOS en el silencio, en la asidua oración de contemplación y litúrgica, en el trabajo, en el estudio, en la generosa penitencia, en el compartir de cada día. Nuestra vida es una cuestión de Amor, un amor que exige renuncia, generosidad a la llamada de Dios, sacrificio, fidelidad… Somos piedras vivas, hostias vivas que nos ofrecemos a Dios en sacrificio, un sacrificio diario de entrega total…