SANTO DOMINGO DE GUZMÁN – COMO UN APÓSTOL VIVO EN SU TIEMPO

Reflexión del Padre Vito Gómez O.P.

Vivió santo Domingo de manera muy intensa la novedad que el Espíritu de Dios suscitó en su Iglesia.
Al lado del obispo Diego de Acebes, en sintonía con los enviados o legados del Papa Inocencio III y apoyado por el obispo de Toulouse predicó de múltiples modos, desde la abundancia de su oración, la contemplación, entrega en cuerpo y alma a la tarea evangelizadora y un amor en el que cabían sin excepción los habitantes de una región contaminada por el catarismo, como lo era la antigua provincia romana Narbonense.

A finales del mes de septiembre de 1207 y, tras el coloquio en Pamiers, de Diego de Acebes con los seguidores de la doctrina valdense, no ciertamente cátara, pero sí necesitada de una reorientación, el obispo de Osma partió para su diócesis con el propósito de retornar una vez más para continuar el trabajo comenzado.
Pensaba reunir misioneros voluntarios, conseguir apoyos económicos que tanto se necesitaban para no ser gravosos a nadie y, desde luego, dar un repaso a los asuntos que lo necesitaran en su diócesis enclavada en la vertiente del río Duero.

Sin embargo, en los últimos días de diciembre de 1207 terminaron sus días en la tierra.
La muerte de una persona tan extraordinaria sembró la desolación entre los que formaban la llamada «santa predicación».
Fue apreciado incluso por los cátaros. Opinaban estos que Dios lo llevó a sus tierras para que allí entrara por la verdadera doctrina y así se salvara entre los pocos llamados a la vida sempiterna.
Los monjes cistercienses marcharon a sus obligaciones monásticas y, en la práctica, se disolvió el grupo de predicadores.

En la brecha permaneció Domingo, nombrado por Diego responsable de los asuntos espirituales. Su sede fue la zona de Fanjeaux y Prulla. Otro problema vino a complicar las cosas. Fue el asesinato de Pedro de Castelnou, legado de Inocencio III.
Todo el conflicto terminó en una guerra de cruzada que recibió el nombre de «albigense».
Esto no iba, ni con el talante, ni con las convicciones más hondas de santo Domingo.
Quien fue testigo y autoridad privilegiada, a saber, Jordán de Sajonia, escribió así: «Durante el tiempo en que estuvieron allí los cruzados y hasta la muerte del conde de Montfort [25 de junio de 1218], permaneció fray Domingo en su tarea de predicador solícito de la Palabra de Dios».

Es fácil imaginar con qué ojos contemplarían a Domingo los hostigados por las batallas mantenidas por los católicos.
Aun en medio de la situación, se mantuvo fiel a su celo apostólico en que cabían todos.
Soportó con entereza y hasta cantando todo tipo de hostilidades: emboscadas buscando su asesinato; manifestaba que no se sentía digno del martirio; sufrió injurias, burlas, indicaciones falsas de caminos.
Él «con celo ardentísimo, se preocupaba de la salvación de las almas, a fin de poder ganarlas para Cristo. Albergaba en su corazón una admirable y casi increíble ambición por la salvación de todos».

A mediados de 1214 y apoyado por el obispo de Toulouse se lanzó a poner en marcha el proyecto de un grupo de religiosos predicadores al servicio de la diócesis tolosana.
Comenzaron por llevar vida de religiosos y a bajar las escaleras de la humildad.
Hacia el mes de mayo de 1215 el obispo Fulco instituyó a Domingo y sus compañeros predicadores por su diócesis, y aseguraba que se habían propuesto ir de una parte a otra a pie, en pobreza, predicando la palabra de la verdad evangélica.
Convencido como estaba de que el obrero es digno de recibir su salario, quería que en las correrías por su diócesis recibieran el alimento y todo lo necesario.
Con el consentimiento del cabildo de la iglesia catedral, dedicada a san Esteban, y del clero de la diócesis, les asignó la mitad de la tercera parte de los diezmos destinados a los ornamentos y a los edificios de sus iglesias.
Si algo les sobraba al final del año revertía en las iglesias parroquiales para socorrer a los pobres, en conformidad con cuanto determinara el obispo.
Recordaba Fulco que, con carácter general, una parte de los diezmos debía ir a los pobres, entre los que ciertamente se contaban los integrantes del grupo en torno a Domingo que, por Cristo, habían elegido la pobreza evangélica, y se ocupaban en proporcionar a todos los tesoros del cielo, por medio del ejemplo y la doctrina.

Por entonces el obispo de Tolosa hizo también donación a Domingo de una casa hospital, o casa de hospedaje para pobres, peregrinos y enfermos. Estaba junto a la puerta de Arnaldo Bernardo, en la ciudad de Tolosa. Dependía del cabildo de la catedral y de la abadía de san Saturnino. Se destinaba a las señoras convertidas de la herejía y a los frailes que las atendieran en lo espiritual y temporal.

FELIZ DÍA

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