SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO

Reflexión del Padre Vito Gómez O.P.

El predicador de este domingo II de Adviento es san Juan Bautista, un personaje que cierra la etapa del Antiguo Testamento y anuncia de inmediato el Nuevo. Con razón es llamado el «precursor del Mesías. La Biblia lo presenta como una figura extraordinaria, popular, valiente en su predicación hasta el peligro de cárcel y de muerte, modelo de humildad.

Refiriéndose a él pronunció Jesús estas palabras: «No ha surgido entre lo nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los cielos es mayor que él» (Mt 11, 11). Se significaba con ello la grandeza de la nobleza de la humanidad nueva que se inauguró con Cristo. El Bautista preparó los corazones. Sin embargo, Jesús los cambió con la gracia divina que comienza por la fe en el Redentor.

El Evangelio según san Mateo lo sitúa en el desierto de Judea predicando. A él acudían tantos que se sentían necesitados de perdón y misericordia por parte de Dios. Sin embargo asegurar de reconciliación no estaba en las manos de quien bautizaba en el Jordán, es decir, no era potestad que se hubiera transmitido a hombre alguno, ni siquiera al precursor del Mesías.

El perdón verdadero de los pecados lo tiene sólo el Dios encarnado. El anuncio de perdón que la revelación hacía resonar desde antiguo, es decir, desde la caída del hombre en el pecado de desobediencia a Dios, se iba a cumplir de un momento a otro en Jesús, que es la «obediencia encarnada» en la segunda persona de la divinidad: «He aquí que vengo, oh Padre, para hacer tu voluntad» (Heb 10, 9)       

Ahora más que nunca era necesario avivar la preparación, la orientación de la humanidad hacia Dios que pasa por el reconocimiento del pecado y la necesidad de una verdadera remisión que, por más esfuerzos que hiciera, el hombre no podía redimirse a sí mismo, porque la rebeldía del pecado llega siempre hasta Dios. El bautismo que administraba Juan no podía ser nada más que un signo, superior incluso a tantos otros que se practicaron a lo largo de la historia de la salvación.

El fruto de la conversión tenía que venir del que iba a bautizar «con Espíritu Santo y fuego», en otras palabras, de Cristo, el Dios hecho hombre para ofrecer el «agua que salta hasta vida eterna» (Jn 4, 14).

La salvación anunciada se realiza en Cristo y por Cristo, es lo que pone de relieve san Pablo escribiendo a los Romanos (Rom 15, 4-11). Además, no es solo para los judíos, sino para todos. Para la humanidad entera acoge para gloria de Dios el servicio de nuestro Salvador. Siembra Jesús en la tierra espíritu de sabiduría y entendimiento, de consejo y fortaleza, de ciencia y temor del Señor. Sentenciará con rectitud a los sencillos de la tierra, la justicia será el ceñidor de su cintura y hará nueva la humanidad con su gracia (Is 11, 1-10).

Nos toca, pues, de cara a la celebración litúrgica de la navidad del Señor, intensificar una preparación sincera, por medio de las obras que brotan de la gracia de la caridad comenzando por nuestras propias personas en un ajuste a la liberación que brota del mensaje evangélico. La gracia de la caridad es difusiva hacia los próximos y hacia todos.

FELIZ DOMINGO

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